El cuento de la Ayalga y Marcos Granda
Todos somos capitanes y la diferencia está sólo en el barco en que vamos sobre las aguas del mar.
Soy Ayalga.
Soy cantábrico y sirena.
Soy protectora.
Soy leyenda.
Soy Asturias, hogar de Marcos Granda.
Y Marcos Granda es mi hogar.
Como buen marinero, Marcos se adentró en el océano, navegó hacia una tierra desconocida y hasta perdió de vista la costa para encontrar un nuevo cielo estrellado.
Trabajó duro y buscó siempre el viento favorable
que le llevase de nuevo a su puerto natal.
Volvió tras años de aventuras por territorios del sur,
con el equipaje lleno de estrellas,
para cumplir un sueño raíz:
Ser profeta en su tierra.
El palacete de Villa Rosario se convirtió en su casa.
Tal vez quedó prendado por su imponente imagen traída desde el otro lado del Gran Océano para hacer de la playa de Santa Marina un enclave único: riqueza, belleza, naturaleza y gastronomía.
Mis tesoros ya los conocía: los productos de la tierra que lo vió nacer.
Mejillones, vieiras y chipirones.
Pescado de la rula.
Setas, quesos, encurtidos.
Ciervo y pichón.
Sidra, moscatel o albarín.
Y no llegó solo. Trajo consigo a su tripulación.
Marineros como él, que sabían que el éxito en la mar
reside en mantener las cosas simples:
cada uno su talento, cada uno su tarea, cada uno su trabajo,
cada uno un eslabón de la cadena que sujeta
el barco al ancla y lo mantiene a flote.
Todos vamos a bordo del mismo buque:
Ayalga, Israel Moreno, Marcos Granda, tripulación, tesoros, Cantábrico y horizonte.
Y este barco varado en las costas de Ribadesella, en el hotel Villa Rosario,
se prepara para recibir la visita de grumetes apasionados
por la brisa fresca, el sonido del mar, la hospitalidad de Asturias,
la perfección de Israel y Marcos, el buen hacer de su tripulación
y el gusto por el sabor auténtico del Cantábrico.